Nunca busco, nunca medito... No pienso en realizar un proyecto o una serie; mis Polaroids salen solas. Me apetece añadir elementos absurdos, inusuales e incluso grotescos y terroríficos para mí; luego pienso en la estética visual que me proporcionará; la cual desconozco, ya que la máquina es la encargada de dar el revelado bellamente inesperado a mis fotografías. Dejo que la cámara decida, me enamoró y entro en un bucle que me conduce a un éxtasis de tomas placenteras mientras espero a que esta epifanía decida mostrarme el resultado final.
Una nueva traducción de lo instantáneo en el momento de la resignificación de su soporte y formato; funcionando estas escenografías fotográficas como traslaciones intensificadas. Esta especie de showroom visual como el tema central de producción donde la definición material es un modo de comunicación con el público a través de discursos ideológicos externos que condicionan mi práctica artística. Por lo que, mis montajes corresponden a una estetización psicológica de la técnica y la práctica visual; una experiencia del tiempo y el espacio. Una congruencia semántica de información estética y reproducción fotográfica.
Empastes contenidos de infinidades ambiguas que se convierten en engaños que una desearía haber creado como imágenes imposibles, donde la idea de provisionalidad e improvisación constante se traduce como un nerviosismo de la perfección imperfecta de la irracionalidad diaria; dosis discursivas que me permiten un coleccionismo de la retórica visual.
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